«LAUDATO SI’» - La Civiltà Cattolica

«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?».

Esta es la principal pregunta de la Carta Encíclica del Papa Francisco Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (LS).

No es una pregunta ideológica, ni «técnica», sino una interrogación fuerte que plantea la cuestión ecológica como un punto central para nuestra humanidad.

Y así continúa el Pontífice: «Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario.

Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores.

Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes» (LS 160; cursivas nuestras).

Y digámoslo de inmediato: la perspectiva de esta encíclica no es exclusivamente «ecológica», en el sentido de que su contenido no se limita a fenómenos como el cambio climático, por lo demás, muy importantes. Laudato si’, como veremos, es real y verdaderamente una encíclica social integral.

El documento: estructura, interrogantes, líneas temáticas y perspectiva global

La perspectiva holística, global, amplia, de una creación entendida como «casa común», ambiente de vida y no simple «objeto» de uso, caracteriza la propuesta del Pontífice, más allá de cada particularidad. Estamos frente a un universo descrito como lugar en el que convergen «multiplicidad y variedad», donde todo está relacionado, unido por vínculos invisibles y «conectados» (cfr LS 16; 86; 89; 92; 138). El mundo es una red de relaciones.

Las preguntas que motivan la escritura de la encíclica son, por lo tanto, aquellas sobre el sentido de la vida y de nuestro modo de habitar la tierra: «¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?» (LS 160).

En este sentido, Francisco recoge y vuelve a lanzar la propuesta de sus antecesores, fundada en el hecho de que un Pontífice no solo puede, sino que debe ocuparse de la ecología.
«En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo.

El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de “crear” el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios», había escrito San Juan Pablo II en la Centesimus annus, el 1º de mayo de 1991. Por lo tanto, la cuestión ya no es si los católicos deben enfrentar problemas de ecología desde la perspectiva de la fe.
La verdadera pregunta es como deben enfrentarlos. Esta es la pregunta que el Papa quiere responder.

«Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».

Es la invocación de San Francisco de Asís en su Cántico de las criaturas. El énfasis en la alabanza confirma la perspectiva global e indica la actitud de espíritu que debe guardarse. Nos recuerda que la tierra «es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos» (LS 1).

Nosotros mismos «somos tierra» (cfr Gen 2,7).
«Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (LS 2). San Francisco nos ha dado un testimonio cristiano de ecología integral, que nos conecta con la esencia del ser humano: «Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas» (LS 11).

Sin embargo, desde el escenario luminoso de la alabanza, prácticamente al inicio del gran fresco que abre esta encíclica, emerge de lo profundo el grito de la madre tierra, que protesta contra el daño que le provocamos, uniéndose al grito de los pobres, interpelando nuestras conciencias e «invitándonos a reconocer los pecados contra la creación» (LS 8).

Nos lo recuerda el Papa retomando las palabras del Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo, que de esta manera pasan a formar parte del magisterio de la Iglesia Católica: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire.

Todos estos son pecados» (LS 8). El juicio duro y dramático del Patriarca es pronunciado, en todo caso, desde una visión del mundo como «sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta» (LS 9).

El recorrido de la encíclica Laudato si’ se desarrolla en torno al concepto de «ecología integral», que se describe casi al comienzo (LS 15) como una suerte de «mapa», de guía de lectura.
En primer lugar, el Pontífice realiza «un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a continuación».
De esto da cuenta el primer capítulo.

di Antonio Spadaro

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